La alta montaña pirenaica es un mundo aparte, con una naturaleza muy especial. En Aragón contamos con la suerte de conservar todavía algunos pequeños glaciares, hielos permanentes que son vestigio de grandes masas de hielo que miles de años atrás ocuparon las cabeceras de los valles pirenaicos. Entorno a ellos se halla un paisaje prístino de cumbres nevadas, crestas rocosas y morrenas glaciares donde aparece una fauna y flora impropia de estas latitudes: con plantas boreo-alpinas como la Androsace ciliata, y con aves de climas fríos como la perdiz nival o lagópodo alpino.
Nuestros glaciares son los últimos vestigios helados y móviles de unas pretéritas épocas frías que, parece ser, no volverán. Estas masas de hielo y nieve compactada retroceden en extensión cada año conformando un peculiar elemento paisajístico que es propio de la alta montaña pirenaica. Los glaciares se hallan también en peligro de extinción… pero, en esta ocasión, son el tiempo y el clima quienes deciden su pervivencia en estas elevaciones.
A pesar de ser un elemento paisajístico, se puede afirmar que los glaciares poseen vida. Están vivos ya que cuentan con su propia dinámica natural: en su parte superior captan grandes cantidades de nieve que por acumulación se compactan y convierten en hielo que, por efecto de la gravedad y las fuertes pendientes de las laderas, se desplaza hacia abajo hasta su final fusión y deshielo en la parte inferior.
Fruto de ese desplazamiento por encima de una base irregular, la masa de hielo -considerado un material plástico- experimenta fuertes tensiones que se traducen en la presencia de grandes grietas en la superficie del glaciar, generalmente ocultas por una capa superficial de nieve reciente -llamada “neviza”-. Estas grietas es lo que les diferencia externamente de los neveros que permanecen también en la montaña todo el año, pero que, sin embargo, no sufren movimiento.
Los glaciares son, por tanto, un importante agente erosivo que ha ido modelando y esculpiendo el fondo y las laderas de los valles pirenaicos. Al igual que los ríos, producen los efectos de captación, transporte y sedimentación de materiales rocosos.
Las últimas masas glaciares actuales se localizan en la vertiente central de los Pirineos, donde la cadena alcanza sus máximas altitudes, en torno a macizos que superan los tres mil metros de altitud. En la vertiente sur o española se cuentan poco más de una docena de masas de hielo móviles, todas ellas localizadas en la provincia de Huesca. Al importante conjunto de los Montes Malditos (Aneto-Maladeta), hay que sumar los existentes en las montañas de Balaitús, Infiernos, Marboré, Monte Perdido, Posets y Perdiguero. Algunos de estos glaciares escasamente superan las 5 hectáreas de superficie, que contrastan con el glaciar del Aneto de más de 90 hectáreas. La suma del conjunto total no rebasa las 400 has.
Todo ellos están protegidos por el Gobierno de Aragón bajo la figura de Monumentos Naturales. La última incorporación han sido los glaciares de la cara norte del Monte Perdido. Unas 800 hectáreas del macizo de Treserols, permiten aumentar un 25 por ciento esta superficie protegida, que pasa a ser de 3.190 hectáreas. La cara norte del Monte Perdido es uno de los complejos glaciares pirenaicos de mayor interés, debido a sus notables dimensiones y su especial morfología, así como su disposición en graderío. El glaciar se encuentra por encima de la cota de 2.700 metros y ha quedado dividido, por su dinámica de regresión, en dos áreas: el Inferior y el Superior.
Acantonados en los recovecos de un medio difícil e inhóspito, muchas veces objeto de negras leyendas, los del Pirineo Aragonés son los únicos glaciares que perviven en la península Ibérica, además de ser los más meridionales de toda Europa. El fotógrafo de naturaleza encontrará aquí, tras una exigente caminata, un escenario silencioso y hermoso donde fotografiar algunos de los paisajes y formas de vida más extremos de nuestra región.