Otal, donde el hombre hizo paisaje

Nunca hallé tiempo para acercarme hasta el abandonado mundo de Otal y hoy que lo consigo me embarga una otoñal tristeza por no haberlo conocido antes. Sí, lo llamo mundo antes que pueblo pues Otal, en esa recóndita zona que los lugareños han llamado  Sobrepuerto, debió formar con sus vecinos Basarán, Ainielle, Cillas, Cortillas… y otros núcleos aledaños su propio universo. Un universo aislado y singular que hoy todavía conserva su paisaje rudo y salvaje en el que languidecen día a día los vestigios de la ocupación humana que contribuyó a su aspecto. Y es que, cuando se integra en él de manera respetuosa, el ser humano forma parte indisoluble del paisaje natural.


Para bien y para mal, Otal ha vivido siempre su aislamiento. A día de hoy es uno de los pocos lugares de nuestra comunidad a los que no llega carretera ni pista. Solo un complejo entramado de senderos actualmente recuperados y generosamente balizados nos facilita el acceso. Tal vez por ello conserva la formidable belleza de su entorno tapizado por bosques y praderas rematados por la obra paciente del abancalamiento al que fueron sometidas las laderas de sus puertos. Allí mientras nuestros sentidos se regalan los húmedos aromas del bosque y la inacabable sinfonía de sus moradores compartimos nuestras horas con una exigua ocupación ganadera en absoluto molesta.

Pero su aislamiento también trajo consigo el fantasma de la despoblación y con ella el abandono y la ruina. Sus bancales se degradan, los tapiales de sus fajas vienen abajo, toda su obra arquitectónica cae en el deterioro más absoluto y bajo sus señeras chimeneas los fogares ya solo incineran el recuerdo. De toda aquella obra, tan monumental como respetuosa, sobreviven en franca agonía ciertos elementos que pronto formarán parte del olvido. Por un lado, quedan todavía detalles de arquitectura popular que en la actualidad requerirían más de un proceso de recuperación que de conservación. De sus portales y dinteles, ventanas, balcones, y esos magníficos tejados y chimeneas pronto nos quedará solo registro gráfico. Su iglesia parroquial cuenta con ábside románico y otros elementos que la convierten en una auténtica joya de la arquitectura religiosa de estas comarcas. Aunque todavía conserva su techumbre, en los últimos diez años su deterioro ha sido notable; si alguna actuación no lo impide, no resistirá otra década. Nos hallamos ante especies en vías de extinción.

 

La dominación de la ladera mediante laboriosísimas tareas de abancalamiento para robar a la naturaleza el más mínimo espacio fértil es una de las características más propias de la influencia humana en el paisaje pirenaico y prepirenaico. Otras voces ya han reclamado antes atención hacia este aspecto paisajístico tan propio de estos valles… pues la zarza y la repoblación forestal poco honran el esfuerzo de tantas generaciones.

Hoy, quien desee acercarse a Otal puede hacerlo no sin algo de esfuerzo, por distintos itinerarios la mayoría de los cuales constituyen un aliciente en sí mismos. Encontramos sendas recuperadas que parten de Fiscal, atravesando lugares como Bergua o Escartín; Broto, por Yosa y sus bancales; Yésero, bordeando la mole de Erata; Olivan, recorriendo en lo posible las pistas del Sobrepuerto o los senderos que nos harán conocer otros lugares que fueron maravillas como Ainielle y Basarán; o el puerto de Cotefablo a través de los altos próximos al Pelopín, ruta que además nos regala unas vistas excepcionales de los valles subsidiarios de la vertiente sur de Tendenera y de las montañas de Ordesa. Eso sí, habrá que poner de nuestra parte algo de esfuerzo, almuerzo, mochila, zapatilla y calcetín. Y si todo esto lo invertimos en otoño… además del espectáculo del colorido de sus bosques al llegar la primavera cataremos el pacharán que sus excelentes arañones a buen seguro nos proveen. A ello desde luego, estáis invitados.

Fotografía y textos: Juan Brioso

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