Cuántas veces hemos oído e incluso dicho nosotros mismos esta expresión, -“lo que daríamos o haríamos por la foto de tal bicho, de esa planta, de ese lugar…” pero realmente ¿merece la pena “todo por una foto”?
La fotografía en general y la de naturaleza en particular se ha popularizado de una manera increíble, en parte o mucho debido a la revolución que ha supuesto la era digital. Poder ver las fotos en el acto, eliminarlas, variar los parámetros y comparar para aprender, y la existencia de material más que aceptables a precios asequibles, han propiciado que muchos se hayan subido al carro del apasionante mundo de la foto de naturaleza.
Un nexo común de muchos o de la gran mayoría de los que ahora practican esta modalidad es que llegaron al mundo fotográfico de manera secundaria, el germen que lo alimentó fue la pasión por la naturaleza, expresada de diferentes formas: algunos eran apasionados de las montañas, de sus paisajes, de su geología y soñaban con escalarlas, caminarlas o simplemente contemplarlas; para otros su pasión era el mundo vegetal y otros como yo estábamos siempre con los ojos mirando al cielo en busca de las aves. Y así fue como a través de todas estas vías, empezamos a tratar de recoger con una cámara los paisajes con sus plantas y animales, pero siempre con la base de un profundo respeto y amor a la naturaleza.
En la actualidad las cosas han cambiado mucho, en ciertos aspectos se ha “prostituido” la fotografía de naturaleza, y digo esto porque por poner un ejemplo, previo pago puedes fotografiar a especies emblemáticas como el Águila imperial, es la cosa más fácil del mundo: pagas, te sientan y a esperar. Nada en contra si la actividad cuenta con todos los permisos necesarios y se hace de manera correcta, pero ¿qué valor tiene esa foto? No os parece que se ha perdido la esencia de recorrer el monte en busca del encuentro con el animal, de conocer su biología, de preparar la fotografía, de sufrir para obtener el premio al final
De acuerdo que todos no pueden ni tienen el tiempo necesario, pero no me cabe en la cabeza que alguien se haga cientos de kilómetros para fotografiar una especie preparada que tiene en la puerta de su casa, o casos que he conocido donde el fotógrafo no sabía que especies habían fotografiado; el fallo era que ese germen primigenio de pasión por la naturaleza no lo tenían. Hace poco hablaba con un compañero socio de ASAFONA y me contaba con entusiasmo como llevaba tiempo preparando un comedero-bebedero y lo gratificante que le resultaba aunque sólo bajaban pajarillos. ¿Sólo pajarillos?, ¿es que una buena foto es buena por ser de una imperial? Una foto es buena no por la especie fotografiada, sino por la calidad de la misma aunque el sujeto reflejado aunque sea ese pajarillo. Para mí tiene mucho más mérito una foto de un pajarillo hecha en ese bebedero, que la de una imperial previo pago y que probablemente hasta entonces ni siquiera se había visto más que en libros.
Hasta aquí nada que objetar, cada uno elige la foto que quiere y como hacerla, pero el regusto de patear el monte durante horas para esperar esa puesta de sol contemplando las montañas o las horas vividas, contemplando una especie, previas a conseguir fotografiarla, no tiene precio. Sin embargo, existen otras actitudes que no deben ser aceptadas, La Asociación Española de Fotógrafos de Naturaleza recoge un código ético que debe regir siempre nuestro quehacer fotográfico, código que ASAFONA, como no podía ser de otro modo, suscribe y hace propio. Es aquí donde debemos asumir unos límites por los que NO todo vale por una foto, la naturaleza es como la encontramos en el monte y por obtener una buena foto, de una rara planta por ejemplo, no es ético retirar o arrancar las que nos molesten alrededor, como no lo es molestar reiteradamente a una especie, haciéndole modificar su comportamiento o ponerla en peligro. Pero lo que aún me resulta más grave es la utilización de las especies valiéndose de sus necesidades básicas, quien piense que una buena actitud es conseguir que un buitre salvaje pueda comer de su mano y se le pose encima es que no conoce a la especie y además no la respeta. Los buitres son salvajes y por naturaleza jamás confiarán del hombre, pero es que es mejor que no confíen en él, modificar ese comportamiento no puede traerle más que problemas. La biología del buitre nos dice que es un carroñero y como tal, depende de un recurso impredecible en el tiempo y por eso realiza grandes desplazamientos para obtener el recurso. Si lo acostumbramos a comer siempre en el mismo sitio, el mismo día y a la misma hora, no significa que tenga mucha hambre porque venga a comer de nuestra mano, sino que aprende a modificar su comportamiento natural ante un recurso predecible y fácil. Además con los animales salvajes, no tienen cabida “mofas” ni “circos” montados a su alrededor, ni entiendo que quienes se llaman “Fotógrafos de Naturaleza” disfruten haciendo estas fotos, personalmente prefiero contemplarlos con mis prismáticos aunque nunca pueda hacerles una foto.
Como colofón, sirva el recordatorio de dos puntos recogidos en el Decálogo ético de AEFONA y ASAFONA:
“1. El fotógrafo de la naturaleza debe reflejar fielmente las situaciones naturales y evitar sufrimientos, perturbaciones o interferencias en el comportamiento de los seres vivos, teniendo como principal lema que la seguridad del sujeto debe primar sobre la obtención de una imagen”
“5.Una perturbación específica a evitar es la excesiva proximidad al sujeto, que produce estrés, intimidación, modificaciones de la actividad y, sobre todo, habituación a la presencia humana”