Rosa foetida, la rosa que no quería ser un patito feo

Botánicos y aficionados jaqueses estudiando la Rosa foetida

Desde antiguo se ha considerado a la rosa como símbolo de la belleza y del amor, siendo en China y Mesopotamia donde primero se cultivó hace más de 5.000 años. De origen incierto, se cree que procede del Cáucaso o de las orillas del Caspio, desde donde se propagó por Asia y Europa, y posteriormente a todas las zonas templadas del Hemisferio Norte.

Persas, babilonios, egipcios, chinos, griegos y romanos conocían de sus propiedades medicinales o cosméticas, también la usaron para dar sabor a ciertas comidas orientales. Persas y turcos obtenían el agua de rosas mediante la destilación de los pétalos. Posteriormente se consiguió el aceite de rosas, imprescindible para la elaboración de los perfumes, siendo en la actualidad Bulgaria uno de los principales productores.

Rosa foetida

Los cristianos a su regreso de las Cruzadas, introdujeron desde el Oriente Medio las rosas (especialmente el aromático Rosal de Alejandría) en la Europa occidental; y los conocimientos para su uso tanto medicinal como en perfumería.  A final de la Edad Media la rosa cayó en declive, refugiándose en los Monasterios.  En estos centros de cultura los monjes cultivaron las rosas junto a otras plantas aromáticas, no solo por su belleza que asociaban con la de la Virgen, sino por sus propiedades medicinales.

El cultivo de la rosa se extendió por todo el mundo desde finales del siglo XVIII, cuando llegaron a Europa desde Oriente algunas rosas híbridas que florecían varias veces al año.  Su posterior hibridación con las rosas existentes en Europa dio origen a las más de 30.000 especies existentes en la actualidad, seleccionadas por su belleza y colorido pero que casi han perdido su suave fragancia. Fragancia que todavía  conservan las cien especies de rosas silvestres que crecen en la naturaleza.

La rosa amarilla crece bajo la Peña de Oroel.

Pero no todas las rosas silvestres desprenden una leve y agradable fragancia. Al menos eso debió pensar en 1762, Johann Herrmann, cuando denominó Rosa foetida a una rosa silvestre que emanaba un aroma intenso, sin llegar a ser maloliente; que para algunos se parece al olor del zorro y para otros al de los cítricos.

A esta rosa que nunca quiso ser el patito feo de sus hermanas siempre le quedará el consuelo del dicho de origen francés “no hay bella rosa que no acabe en tapaculos”.

A pesar de su nombre, la rosa foetida no quiere ser menos hermosa que sus congéneres. Con los primeros calores de la primavera nos regala una generosa floración donde destacan sus pétalos de color amarillo intenso, carácter que la identifica al ser la única especie silvestre que nos da flores con esta tonalidad.

En la Península Ibérica, al igual que en Aragón, es una especie naturalizada y que se da en lugares muy concretos. En Aragón, curiosamente, los escasos arbustos de rosa foetida aparecen en dos lugares que mantienen su sabor medieval: Albarracín y Jaca. En Albarracín estaba citada a mitad del siglo pasado, desapareciendo posteriormente hasta que Maribel Sarasa la encontró recientemente cerca del casco urbano.

En Jaca se conoce su existencia desde hace más años, sufriendo una drástica disminución a causa de la expansión urbanística que ha experimentado la ciudad en los últimos tiempos. Quedan unos pocos ejemplares en las proximidades del Puente Medieval de San Miguel y en el Camino a Finisterre.

Cuando estemos ante una rosa, especialmente si es silvestre, podemos intentar resolver su enigma. Enigma que probablemente se inventó en algún monasterio, y que se ha transmitido con diversas modificaciones hasta nuestros días.  La versión que Johann Herrmann recoge en su “Dissertatio inauguralis botanico-medicacion de Rosa” (1792) dice:

“Los cinco son hermanos,
hay dos barbudos,
sin la barba, hay dos nacidos,
uno de estos cinco
no tiene la barba en ambos lados”.

Sépalos de otra rosa silvestre, Rosa agrestis

Si observamos los sépalos de la rosa con facilidad encontraremos la respuesta, el motivo lo dejo para la imaginación del lector.

Manuel Bernal

About Manuel Bernal

Fotógrafo de Naturaleza. Socio de Asafona. El Temple (1958) Sin olvidar los paisajes, la flora es la que me apasiona y a ella dedico todos mis esfuerzos fotográficos. Colaboro mediante la aportación fotografías al Atlas de la Flora de Aragón fruto de la colaboración entre el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón y el Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC). He publicado fotografías en el National Geografic y varias Revistas y Libros de Naturaleza, así como en calendarios, guías y folletos. He participado en las exposiciones, tanto individuales como colectivas con ASAFONA.