A menudo solemos seguir los dictados o leyes que estudiamos sin preguntarnos si hay otros caminos. En cualquier faceta de la vida damos por hecho que cosas o formas de hacer las cosas que nos han dicho o hemos asumido son las válidas. Eso facilita nuestro aprendizaje; seguir unos patrones que conocemos va bien para no equivocarnos o hacerlo en menor medida. Por contra, merma nuestra creatividad o experimentación y nos deja sin el placer de buscar cosas diferentes o equivocarnos mientras lo hacemos. Ese camino que algunos buscamos es más apasionante que dedicarnos a “clonar” lo que ya sabemos hacer, aunque el 99,9% de las veces no sale nada nuevo o si sale algo nuevo, son auténticos truños.
Sobre una sesión de probatinas va esta entrada. Este otoño pude acercarme un día a Ordesa, los colores estaban ya muy pasados comparado con otros años para las mismas fechas. Iba con amigos “no muy fotógrafos” y el plan era básicamente andar. Con los años ya he aprendido que cuando voy a andar no hago fotos que merezcan la pena así que intenté reducir el equipo al máximo. Madrugamos poco y a lo que llegamos a la pradera de Ordesa ya había bastante gente. Cuando llegamos allí, unos amigos fotógrafos de Madrid (Juan Pavón, Francisco José Jiménez Manzano y Emilio Blanco) ya volvían de fotografiar las luces del amanecer y los hielos y se iban a almorzar. Pensé para mi tras saludarlos sobre lo dura que es la vida del paisajista, y que a buen seguro hicieron fotos muy buenas que yo no seré capaz de hacer en la vida.
Comenzamos a andar. Hace años, antes de que afloraran mis dolores de espalda, yo suelo decir que era el campeón del mundo de paseo de trípode. Lo paseaba para que le diera el aire y que viera mundo. Muchas veces ni lo usaba. Ahora lo saco más bien poco, para fotos nocturnas, alguna larga exposición y poco más. Con esa perspectiva poco paisaje “tradicional” se puede hacer, sin buscar las luces, sin madrugar, sin trípode….
Decidí aplicar al paisaje algo que hago en algunas ocasiones en macro: Dos exposiciones en cámara, una enfocada y otra desenfocada, a pulso. Por probar que no quede, más aún, si vas a andar más que a hacer fotos, los resultados no son ninguna cosa del otro mundo, pero me abre un nuevo camino haciendo “lo que no hay que hacer” una vez más.
Para hacer las imágenes seguí los siguientes pasos: Primero poner la cámara en modo de doble exposición, buscar un encuadre en lugares con un rango dinámico que el sensor pudiera solventar bien (casi todo a la sombra), luego enfocaba, desconectaba el enfoque automático. Tiraba la primera foto y sin mover la cámara (a pulso), giraba el anillo de enfoque, hasta que el paisaje saliera “difuminado”, después de eso tiraba la segunda foto. La cámara se encarga de coserlas y se genera un efecto variable “neblinoso” al superponer una foto nítida con otra desenfocada. El resultado es un solo raw un tanto extraño que podéis juzgar y criticar. En cámaras sin la opción de doble exposición, se puede hacer en el ordenador igual, generando un JPEG. Las dos series que os muestro, en el orden indicado (enfocada, desenfocada y final cosida en cámara), están sin retocar tal cual el raw de cámara, salvo la final que lleva ligero contraste y ajuste de temperatura.
Estas pruebas sirven como experimento para otras que te llevan a otras y así, en alguna ocasión, a base de equivocarse, se encuentran nuevos caminos más o menos creativos y experimentales.