Fotografía de alta velocidad

Una de las modalidades más complicadas y que más parafernalia precisa en el mundo de la fotografía de vida salvaje es sin lugar a dudas la de alta velocidad. Captar el vuelo de un ave o el salto de un anfibio conlleva una extraordinaria dificultad, por lo que hay que hacer acopio de todo el ingenio, conocimientos y equipo fotográfico del que podamos disponer.

Si en muchos aspectos la fotografía de fauna salvaje presenta ya de por sí grandes dificultades, sobretodo desde el punto de vista técnico, el hecho de tratar de captar imágenes tan fugaces de la vida de un sujeto convierten a estas sesiones en todo un quebradero de cabeza para el fotógrafo, especialmente durante la tediosa y elaborada instalación del equipo fotográfico. La fotografía de alta velocidad requiere en la mayoría de las ocasiones de un amplio despliegue de medios técnicos, ya que además de la cámara y su correspondiente óptica se necesitan varios flashes, soportes, trípodes y lo más importante, la barrera de infrarrojos o célula fotoeléctrica.

Barrera infrarroja
Existen en el mercado dos tipos principales de barreras infrarrojas, unas que presentan dos cuerpos bien diferenciados, un emisor y un receptor, y otras que solamente están formadas solo por uno, generalmente de menores dimensiones, de velocidad de respuesta más rápida y que realiza la misma función. El primer modelo resulta más asequible económicamente, pero posee numerosos inconvenientes. Los cuerpos suelen ser demasiado grandes y aparatosos, y el mero hecho de tener que alinearlos en plena naturaleza resulta en ocasiones todo un engorro, en especial cuando el terreno es accidentado, abrupto o requiere de un montaje entre ramas o en fachadas a varios metros de altura. Además, no hay que obviar el hecho de que cuantos menos artilugios instalemos más probable será que el sujeto acepte el montaje. Este sistema se activa y dispara la cámara cuando el animal corta con su cuerpo el haz de luz infrarroja alineado previamente entre emisor y receptor.

El segundo modelo es mucho más fiable y de menores dimensiones, generalmente del tamaño de un mechero, y consiste en un solo cuerpo en el que el propio sujeto hace de reflector y activa el sistema. Este sistema implica la colocación de un soporte menos y se evita así alineación ninguna, lo que se traduce en una instalación más sencilla y rápida.

Las barreras se alimentan con baterías, lógico al tener que trabajar al aire libre, lo cual supone todavía un mayor número de elementos en el territorio del animal. Es muy importante que instalemos el menor número de aparatos extraños y que estos sean convenientemente mimetizados en el entorno con telas de camuflaje, vegetación o rocas de la zona.

A la hora de adquirir una barrera es vital conocer su velocidad de respuesta, ya que debemos ser conscientes de que estamos tratando de atrapar acciones fugaces y que aquí, nunca mejor dicho, el tiempo es oro y cada centésima cuenta. Una velocidad de respuesta por parte del sistema demasiado lenta condicionará que toda la acción se produzca fuera del encuadre seleccionado. Como dato curioso para que sirva como ejemplo comentar que un martín pescador es capaz de alcanzar los 72 km/h, por lo que en una sola décima de segundo el pájaro puede haber recorrido casi dos metros de distancia.

Equipo de iluminación
Otro elemento fundamental es el flash electrónico. En esta modalidad son imprescindibles varios flashes, cuantos más mejor, ya que nos permitirán un mayor dominio de la iluminación y ajustar diafragmas más cerrados para aumentar la profundidad de campo, lo que resulta de gran importancia para aumentar las posibilidades de captar a los sujetos enfocados. Congelar movimientos tan rápidos obliga al empleo de flashes de alta velocidad, capaces de efectuar destellos del orden de 1/6.000 a 1/20.000 de segundo. Esta duración de los destellos dependerán de la potencia a la que ajustemos los flashes. Para congelar por ejemplo el vuelo de un carbonero común suele ser suficiente con una potencia de 1/8 o 1/16.

A menor potencia más corta es la duración del destello y viceversa. Pero estos destellos tan fugaces desembocan en la aparición de un nuevo handicap, ya que para iluminar correctamente al sujeto deben estar muy próximos a él, y si la especie es recelosa, aunque los mimeticemos con redes de camuflaje o vegetación, las probabilidades de éxito disminuyen considerablemente.

Con ingenio y habilidad
Si disponemos de un equipo fotográfico más modesto pensaremos que este tipo de fotografía no está a nuestro alcance, craso error. Con ingenio y paciencia es posible conseguir también imágenes de este tipo. El conocimiento de la biología de una determinada especie animal,sumado a la experiencia que nos proporcionarán las muchas horas de observación nos resultará de gran ayuda. La mayoría de las cámaras actuales permiten disparar a velocidades de obturación de 1/4.000 y 1/8.000 de segundo, aunque alcanzar tales velocidades obliga a trabajar con sensibilidades al menos de 400 ISO o superiores, lo que condiciona que debamos trabajar en días muy soleados para aprovechar la luz natural. Todo estos condicionantes suponen una limitación considerable.

Si no disponemos de un sistema de infrarrojos para accionar la cámara fotográfica estamos obligados a hacerlo nosotros mismos, lo que supone que debemos estar presentes durante toda la sesión para accionar el disparador en el instante oportuno. El éxito con este método radica en observar durante muchas jornadas al animal que hemos elegido para fotografiar, averiguar la dirección que suele tomar para acceder a su nido o posadero y realizar un enfoque y encuadre previos. La fase final depende del modelo, de la suerte y de nuestra habilidad de sincronización con la acción.

Trabajo de campo
En primer lugar hay que tener muy claro qué especie es la que pretendemos retratar, por lo que hay que llevar a cabo un exhaustivo y minucioso seguimiento de esta con el fin de localizar su nido, posadero o cualquier otro punto querencioso. La dificultad que entraña este tipo de fotografía hace que el porcentaje de imágenes válidas sea muy reducido, por lo que es importante que el lugar elegido por nosotros sea visitado muy a menudo por el sujeto. Un claro ejemplo de lo que comentamos lo tenemos, una vez más, en el simpático martín pescador (Alcedo atthis), ave que se muestra muy fiel a sus posaderos, los cuales visita con regularidad varias veces al día, por lo que la probabilidad de fotografiarlo es muy elevada. Además, las cámaras digitales nos permiten visualizar las instantáneas al instante, lo que resulta de gran ayuda a la hora de corregir encuadres, iluminaciones, velocidades de obturación…

Instalar el equipo
Seleccionado un lugar debemos montar todo el equipo fotográfico y el hide si pretendemos permanecer relativamente cerca de la acción, tanto si es para corregir errores sobre el terreno como por temor a dejar el costoso equipo “abandonado” en plena naturaleza.
La colocación de los artilugios debe efectuarse fuera de la vista del animal que pretendemos fotografiar y en el menor tiempo posible, aunque ciertamente en la mayoría de las ocasiones este proceso suele eternizarse, al menos en la primera jornada. Posteriormente, tenemos que camuflar toda la parafernalia instalada con telas o redes de camuflaje. Una vez concluida esta fase nos ocultaremos para observar si el sujeto acepta de buen agrado los nuevos objetos que han invadido su espacio, ya que de no ser así no nos quedará más remedio que recoger todo y probar suerte con otro individuo o en otra temporada.

Como ya se ha comentado, esta técnica incrementa aún si cabe la dificultad inherente que siempre acompaña a la fotografía de fauna salvaje, pero lo cierto es que en la mayoría de las ocasiones la dificultad que entraña una determinada técnica fotográfica es directamente proporcional a la espectacularidad de las imágenes captadas. Aquí los resultados son exiguos y se hacen de rogar, pero vale la pena intentarlo cuando vemos la belleza y espectacularidad de las resultados obtenidos, lo que nos hará olvidar las interminables y agotadoras jornadas que hemos dedicado y nos empujará una y otra vez a adentrarnos en este particular y maravilloso universo que es la fotografía de alta velocidad.

About Jonathan Díaz

Nací en 1978 y llevo realizando fotografías por distintos puntos de la geografía aragonesa desde hace ya 10 años, principalmente en los alrededores del turolense pueblo de Andorra, a donde me escapo cada vez que puedo para ver a la familia y hacer algunas tomas. Actualmente colaboro con diferentes revistas, entre ellas Super Foto Práctica, Verde Teruel y Cauce y con la editorial Prames. Fotografío todo bicho viviente, aunque las aves rapaces han sido desde siempre mi debilidad.