Trabajando en la Hoya

Para  cualquier aficionado a la fotografía y la Naturaleza, Aragón evoca montañas nevadas con cumbres sobrevoladas por Quebrantahuesos y bosques otoñales que parecen salidos de la paleta de un pintor impresionista. Sin embargo, si algo caracteriza Aragón es la variedad y contraste de sus paisajes y entornos naturales. Para un fotógrafo eso es decir mucho, un auténtico paraíso.

Yo soy un apasionado de los ambientes extremos y  de los lugares que quizás por cotidianos se nos pasan por alto sus detalles. Yo fotografío fundamentalmente  estos lugares.

Para mí, La Hoya de Huesca es un escenario perfecto donde dar rienda suelta a la imaginación y un lugar donde la inspiración te viene a visitar continuamente. Espectáculos magníficos como la migración prenupcial de las Grullas en La Sotonera, los atardeceres ensangrentados de invierno o la similitud de algunos paisajes oscenses con los de Africa, hacen de la Hoya un laboratorio de ideas y proyectos que no se acaban.

Durante los últimos 4 años he estado buscando personajes y escenarios que plasmaran lo que para mí significa La Hoya. Al ser un territorio que transito continuamente debido a mi profesión, se trataba en suma de plasmar en imágenes lo que a menudo observaba con el paso de las estaciones.

Me convertí así en el reportero Tribulete de este territorio, con mi cámara, trípode, hide y mil cachibaches siempre encima. Además de observar los animales y adivinar sus movimientos, era necesario planificar con esmero el calendario natural y el momento de hacer las fotografías. Así, la floración de los Almendros tenía unas semanas concretas de Marzo o el ciclo vital de  las Mariposas Isabelinas unas pocas noches de Abril.

La planificación es imprescindible a la hora de abordar un territorio, de otro modo se solapan en el tiempo la época de nidificación de muchas especies de aves y se pierde una luz preciosa que perdura sólo en primavera y que realza los paisajes.

Meses de planificación que requerían montajes de todo tipo, desde comederos invernales para aves, bebederos elaborados con cristal espía, cajas nido para Lechuzas, estudiar la profundidad de todo un rosario de charcas para luego las sesiones de hide flotante, cebar mamíferos a diario durante meses para acostumbrarlos a una zona concreta, etc..

Después de todos los meses de planificar y montar, vinieron las jornadas de hide en sí mismas. Todos sabemos que la inmensa mayoría de sesiones de hide acaban con un fracaso fotográfico, a veces por errores del fotógrafo o a veces porque la suerte no acompaña. Lo que realmente importa es perseverar, tener una idea buena y seguir a por ella hasta el final. Esto suele llevar tiempo, por eso la planificación es vital. Si nos falla un sujeto, tendremos otro a la vista o ya en preparación.

Por supuesto que tantas jornadas de hide en el campo te dejan una huella, consiguen que vayas aprendiendo un poquito más de esa especie o de ese lugar  hasta  que un día, con suerte, logres la imagen que buscabas. En el camino hacia la foto está lo mejor, la experiencia vital de ir adivinando y anticipando los movimientos del sujeto, buscar las luces mágicas  o superar las barreras técnicas para lograr plasmar una imagen soñada. Cuando se logra, el fotógrafo desarrolla un cariño especial por esas fotos que tanto nos han hecho sudar la camiseta, pero sobre todo y lo más importante, es que el fotógrafo para entonces ha conseguido enganchar sentimentalmente con el territorio que trabaja.

La visión que tiene ya no es la del primer día, está llena de matices y de sensaciones. Esos matices que hacen que  el mensaje de una foto cruce barreras y llegue al corazón de mucha y muy diversa gente.  Yo creo que es entonces cuando la fotografía se convierte en más personal, más auténtica. Ese es el estadio que todos queremos alcanzar para nuestras fotos, claro.

Pero eso sólo llega con el tiempo y dedicándole mucho esfuerzo. Por eso cuando acaba un proyecto, uno deja detrás de sí centenares de horas aguardando en en hide, muchos madrugones de los que te preguntas al cabo de unas horas ”pero qué coño hago aquí pelado de frío!”, muchas historias bonitas y alguna triste.

En fín, el fotógrafo vá dejando algo  de sí en cada proyecto. Al final, cuando uno ve el resultado de la historia que pretende contar siempre le parece que falta algo, que no ha conseguido contar el mensaje como pretendía al principio, que si esta luz no da frío, que si patatín y patatán…. Lo importante es haber dejado la visión personal de uno en cada imagen, con la máxima honradez posible, respetando lo que tenías delante y siendo coherente con quien eres y lo que puedes y no puedes llegar a hacer. Todos queremos ser como el gran Frans Lanting, pero somos lo que somos y tampoco pasa nada.

Cuando uno recoge el petate y acaba el trabajo, se acuerda de todos los buenos momentos vivídos en el campo, casi siempre en solitario, pero también con buenos amigos como Manu, Alfonso, Dani, Esteban, Javier, Juan Carlos, David o Gerardo. Sin la ayuda de los amigos no hubiese sido posible el trabajo.

En unos pocos meses las vivencias de todos estos años verán la luz en forma de libro. El trabajo estará hecho, con sus aciertos y desaciertos, otros proyectos ocuparán mi cabeza, pero siempre quedará en mí de manera imborrable las experiencias vivídas en la naturaleza de la Hoya.

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About Jorge Ruiz del Olmo

En el año 1998 llegué al valle de Tena para trabajar como veterinario. Me quedé cautivado con la belleza del Pirineo desde el primer momento. Mi trabajo me permitía moverme por el mundo rural y por carreteras secundarias de día y de noche. Pude ser testigo de las idas y venidas de la fauna así como del cambio armonioso del paisaje. Con la cámara trataba de robar algunos de esos instantes que me hechizaban. jruiz@agrigan.es www.jorgeruizphotography.com Equipo Nikon F-801-S, Nikon D-100. Opticas nikon desde 20mm hasta 300 mm.