Una de las comarcas de mayor extensión de Aragón, formada por estepas de yesos (únicas en Europa) en planicies inabarcables de horizontes infinitos. Y en medio, de Noreste a Suroeste una sierra que la atraviesa como una espina dorsal. No muy alta, pero tan poblada de sabinas, que le dan esa tonalidad oscura, a la que al parecer debe el nombre la comarca, “Montes negros”… ¡Monegros!.
Una sierra de no mucha altitud, 833 mts. en San Caprasio y Monte Oscuro, pero suficiente para enriquecer su biodiversidad al conformar paisajes y ecosistemas muy diferentes a los llanos semidesérticos que la rodean. Una sierra que lejos de dividir la comarca, actúa como nexo de unión entre los pueblos de dos provincias que la integran y que siempre tienen a estos montes como referente de su campo visual, los de Zaragoza al sur y los de Huesca al norte. Sierra con tan buenas vistas desde sus crestas que en los días claros parece unirse a los Pirineos por el norte, casi tocando sus cumbres nevadas, y al sistema Ibérico por el sur, con el majestuoso Moncayo que casi parece otra elevación más de la llanura monegrina de tan cerca que se ve.
Sierra de fuertes contrastes, entre la cara sur, árida, seca, y de vegetación raquítica, con especies como la globularia, o la jara romerilla, tan especializadas que han sido capaces de adaptarse, además de a la sequía, a la pobreza de los yesosos suelos. Nada que ver con la vegetación de la cara norte, en cuyas laderas medran quejidos y arces y que esconden entre los más abrigados y húmedos rincones especies como durillos o madroños, cubiertos en ocasiones por frondosas hiedras, un tipo de vegetación que nadie esperaría encontrar en una zona de tan duras condiciones climáticas. Pero sobretodo es de destacar las incontables sabinas que forman bosquetes a lo largo de toda la sierra.
Especie arbórea cuyo hábitat natural se sitúa siempre a mayor altitud y que debe su presencia en estas tierras a ese curioso fenómeno de la “inversión térmica” que provocado por las persistentes nieblas, tan frecuentes en toda la Depresión del Ebro, hace que se den mejores y más suaves condiciones en las partes altas de la sierra, recalentadas por el sol, que en la banda comprendida entre los 400 y 600 metros, en los que la niebla no deja penetrar a los rayos solares. Niebla que cuando se hiela da lugar a sorprendentes paisajes de plantas recubiertas de blanco por el conocido “dorondón” o “cencellada” cuya blancura cristalina a nadie deja indiferente.
Sierra que pese a su baja altitud guarda en su interior recónditos barrancos de inaccesibles paredones como los de Escorihuela al norte en Robres o los del Bujal al sur en Monegrillo. Escarpes donde campea el “Gran duque” o Búho real que encuentra en estos rincones uno de los pocos hábitats adecuados para su especie, a veces conviviendo con alguna pareja del cada vez más escaso “Alimoche” visitante estival y nidificante en estas latitudes.
Y rodeando estos barrancos el bosque, de pinos y sabinas principalmente, y en los de mayor porte al abrigo de alguna ladera la reina de las rapaces, el Águila real, nidificante en la sierra pero que campea por el llano en interminables vuelos de caza, a veces siguiendo la estela de las matas y arbustos de los barrancos, que cuando aparecen cubiertas de blanco por el dorondón, parecen serpentear en lento descenso desde la sierra hacia el llano que atraviesan en dirección a algún río.
Tierras de Monegros siempre en busca de ese agua, tan necesaria como escasa y tan deseada que hasta hecho surgir en la Comarca toda una “Cultura del agua”. Balsas, balsetes, pozos, depósitos, aljibes y otras diferentes formas de aprovechamiento del preciado líquido que salpican el territorio como si formasen parte intrínseca de los suelos donde se ubican.
Pero no solo el hombre ha sabido adaptarse a este medio tan hostil. Especies de aves tan singulares como la escasísima Avutarda, encuentran acomodo en estas áridas llanuras, siempre acompañadas de otras aves con parecida capacidad de adaptación: Sisones, Gangas y Ortegas, que junto a multitud de pequeños alaudidos son capaces de sobrevivir a veces con el escaso aporte del rocío nocturno.
Aves de largos cuellos, ideales para otear sobre la vegetación de estos montes siempre de escaso porte, con plantas muchas veces emparentadas con las de territorios tan alejados como el norte de Africa o las estepas asiáticas, pequeños arbustos como tomillos y ontinas tan aromáticos que impregnan al paseante de ese intenso“olor a monte” tan característico de la estepa.
Y elevándose sobre estas llanuras, rompiendo esos horizontes sin fin aparecen, como mostrándose al observador, formas tan sorprendentes como los “Torrollones” ayer rodeados de secano, hoy inmersos entre nuevos regadios, o los no menos curiosos “Sasos”, esos que parecen grandes “flanes” dispersos por la llanura. En cambio, como escondiéndose de la vista de los curiosos, encontramos las hondonadas salinas de Bujaraloz, ¡Las Saladas!.
Pequeñas balsas de escorrentía, casi siempre secas y cubiertas de sal, pero con significados endemismos tanto en fauna como en flora. Especies únicas en el mundo como el crustáceo Candelacypris aragónica, capaz de multiplicarse en esas aguas saladas cuando se dan unas determinadas circunstancias o plantas como el Halopeplys amplexicaulis única planta capaz de crecer en medio de alguna de esas cubetas saladas o el curioso Microcnemum coralloides en los bordes.
Y que decir de la Laguna de Sariñena, ésta de agua dulce, uno de los principales humedales de la Península en donde se reúnen multitud de aves acuáticas y limícolas, destacando especialmente en invierno cuando acuden multitud de invernantes venidos de toda Europa. Además de contar con la mayor colonia de cría de España de un ave tan escasísima como el Avetoro, cuyo “mugido” se escucha entre los carrizales de forma repetitiva en primavera.
Pero hay que destacar que Monegros, más que cualquier otra comarca, es tierra de aves, porque a la riqueza y variedad de sus especies propias y de la abundancia de invernantes hay que contar con las aves de paso que sobrevuelan y hacen paradas en estos territorios. Porque todas las aves que cruzan la Península en sus viajes migratorios subiendo desde África por el Estrecho tienen que sobrevolar Monegros para continuar viaje hacia los Pirineos, lugar de paso hacia el norte de Europa.
Se da, además, la circunstancia de que tanto vegetales como animales están, casi siempre, accesibles a nuestra contemplación y observaciones por ser un territorio relativamente llano y con pocos accidentes geográficos que impidan el seguimiento de cualquier especie, lo que hace las delicias de cualquier fotógrafo que descubre, además, como sus luminosos cielos permiten extraer todo el jugo de sus macros y teleobjetivos.
Una comarca que atrae a investigadores de todo el mundo porque se siguen descubriendo nuevas especies de insectos desconocidos hasta ahora para la ciencia. Sólo en la última década han sido descubiertas más de cien nuevas especies.
Una comarca que hace las delicias del visitante siempre sorprendido con las variaciones coloristas que aquí se alternan al ritmo de las estaciones: blanco de dorondón en invierno; verde de cereal en primavera; amarillo de rastrojos tras la siega y ocres de unas tierras que en otoño aguardan la sementera. Y todos estos contrastes se contemplan en la inmensidad de las interminables llanuras, confundiéndose muy a lo lejos con el sol que se oculta en el lejano horizonte y que al refractarse sus rayos en el polvillo suspendido de las bajas capas de la atmósfera, dan lugar a puestas de sol, únicas, bellísimas e irrepetibles… “monegrinas”
Una comarca que el cierzo limpia de contaminación; que la escasez de lluvias provoca explosiones florísticas cuando se dan las condiciones optimas; que te envuelve con sus intensos aromas en cuanto penetras en ella; y que al pasear por sus llanuras te obsequia con el canto de las aves cuyos trinos resuenan acompasados en la soledad de los terrenos sin fin.
Componiendo todo ese conjunto una invitación a visitarla, una invitación a vivir intensamente todos esos contrastes que hacen disfrutar al excursionista y que emocionan a los estudiosos de la naturaleza, porque cuanto más se conocen, los Monegros, aún son (¡más únicos, más irrepetibles!… y por supuesto, más seductores)
Textos: Jorge Serrano
Fotografías: Jorge Serrano y F.Javier Fdez Bordonada